domingo, 20 de diciembre de 2015

De Tokio a Manizales

                                           
No sé por qué Watanabe (protagonista del libro) se asemejó al Andrés de un periodo de tiempo que para bien o para mal no supo lidiar con las disyuntivas propias de cualquier ser humano: ¿Sexo o amor?, ¿Excesos o paz interior?,  ¿Vivir la vida o la muerte en vida?, ¿Adultez o inmadurez?, interrogantes clichesudos sacados del nochero y utilizados por cualquier escritor a través de la historia, y no para menos  Haruki Murakami hizo uso de los mismos para contar como Watanabe a los 37 años de edad y escuchando una canción de los Beatles, decidió volver al Tokio de los setentas para explicarse 15 años después cómo responde a los interrogantes que tuvo en ese tiempo. Allí radica la trama. Y no estoy hablando de Tokio como territorio geográfico sino como esa construcción mental que lo hizo retroceder  15 años y volverse a preguntar ¿Ya respondí los interrogantes? ¿Ya dejé a tras las disyuntivas? - La respuesta es: No. - ¿Por qué no? Sería la pregunta; una pregunta que hizo pensar a Andrés y que lo cuestionó sobre la atemporalidad del amor, del sexo, de la paz interior, de la madurez -¿Realmente debería usarse este adjetivo para referirse a las personas? ¿Acaso somos frutas?-. Esa cuestión de atemporalidad viene ligada a un momento de la vida inexorablemente y es por esto que a Watanabe lo llevó a la época de los Beatles y las protestas estudiantiles en Tokio, y a Andrés lo llevó a Chet Faker y al auge de los matrimonios en Manizales; al primero, años atrás y al segundo, solo meses.                                                                                                                           Y entonces, ¿En que radica la atemporalidad de los interrogantes clichesudos? Precisamente en eso, que son clichesudos, pues por más que se hayan utilizado en exceso, se hayan discutido y estén presentes en la vida de las personas, no dejarán de serlo. Así, cuando Watanabe sentía una encrucijada al tener en su vida  3 mujeres que adoraba de diferente forma (Naoko, Midori y Hatsumi), Andrés tenía a 3 que quería tener en su vida (Flaca de sus ojos, Chica misterio y Flaca del Punk). Cada una tenía aspectos diferentes que los llenaban en cierta medida, por ejemplo, Naoko era el tipo de mujer que completaba el vacío emocional y las ganas de existir pero sufría de una inestabilidad mental que la llevó a guardar reposo en un sanatorio; Midori era el tipo de mujer que cualquier hombre quisiera tener por su forma de ser y su carencia de prejuicios pero que forzó las cosas terminando con su novio sin consultarlo con Watanabe; y por último, Hutsmi,  que apareció en su vida sin pretensiones de ningún tipo pero con la intención de ser alguien en el mundo de incertidumbre al cual pertenecía Watanabe. Aunque en algunos pasajes de la historia Watanabe mostrara más interés por una que por otra, finalmente las 3 conformaron la historia, por lo que decantarse por una o por otra sería solo una cuestión de interpretación, de lenguaje. Ese lenguaje es el que nos hace personas y determina el aquí y el ahora, es el que nos muestra de acuerdo a nuestras construcciones mentales que es lo que queremos con base en lo que somos y lo que queremos exponer ante el mundo. 
En conclusión, así como Watanabe se cuestionó algún día acerca de sus vivencias en Tokio, Andrés se cuestionó acerca de su construcción mental actual, que viene precedida por los mismos interrogantes sobre sexo, amor, vida, muerte, adultez, inmadurez… y al fin de cuentas confluyen en la misma respuesta: Todo es un proceso.

jueves, 31 de enero de 2013

American Psycho



Después de ver a Patrick Bateman saciando su vacío existencial con macabros asesinatos sin justificación razonable, caí en cuenta de que la diferencia de los ejecutivos de wallstreet del 2.000 y los actuales ejecutivos que nos llevaron a la crisis financiera, es ínfima o casi nula y se ve cada día recalcitrada por el egocentrismo y ambición que en su día expuso Bret Easton Ellis en la novela American Psycho (1991).


Ese egocentrismo y ambición, no son más que las manifestaciones constantes de una serie de Jóvenes cualificados, graduados de las mejores universidades del planeta, sin responsabilidades familiares y sin preocupaciones financieras considerables pero con pretensiones elevadas de fama y poder. Son ellos, los “controladores” de la economía, jugando a ser grandes inversores en el mercado de capitales, cuando lo que realmente negocian son activos basura y expectativas de rentabilidad insostenible, a un mundo lleno de necesidades insatisfechas y consumidores compulsivos que solo encuentran satisfacción con la cantidad de bienes (En su mayoría no propios) que acumulan.

Así como la horda de compradores compulsivos del mundo real, sueñan con la adquisición de bienes a través de un mundo ficticio llamado sistema financiero, los grandes ejecutivos del mundo ficticio  quieren sentir y vivir experiencias del mundo real.
Aunque los dos casos se dan de forma paralela, la gran diferencia es que el primero tiene grandes expectativas por acudir al mundo financiero y así satisfacer sus necesidades primarias (En mayor o menor medida), el segundo grupo es más complejo, pues, debido a su situación socioeconómica y a su contacto de primera mano con los lujos y excentricidades, el ejecutivo de wallstreet experimenta un vacío mayor para saciar sus necesidades. La razón es simple, el ejecutivo debe satisfacer sus necesidades con una carga motivacional mayor, debe experimentar y sentir realmente cosas que su vida suntuosa y lujuriosa ya no le brindan.

Ahí es donde aparece el protagonista de esta película, Bateman,  que de forma irascible y casi desconcertante encuentra irritabilidad por la envidia que le despierta la textura y el color de las tarjetas de presentación de sus colegas, todos vicepresidentes de la compañía financiera donde trabaja. Frente a este tipo de situaciones tan superfluas e inverosímiles, como frecuentar un sitio de moda o vestir el mejor traje de un diseñador, la vanidad trasciende a puntos incontrolables de angustia, desidia, desazón y discordia, y es el caldo de cultivo para reprimir sus más oscuros y delirantes deseos.





Drogas, sexo, infidelidad, prostitución, orgías, sitios exclusivos, limusinas, restaurantes lujosos, ya no son suficientes para un pobre joven de 27 años, con ansias de alimentar su ego y ambición. Lo que hace que inevitablemente encuentre placer e interprete como una descarga emocional importante el hecho de asesinar a personas sin aparente causa, pero que de alguna forma él encuentra muy débiles para una sociedad netamente competente.    Es el caso entonces de un negro mendigo que encuentra en la calle, prostitutas que solía contratar para reprimir su mas bajo apetito sexual y así la lista sigue con personas que simplemente a él no le gustaba o no quería más en su vida, como su ex novia o su colega mejor calificado en el área; todo esto sin seguir un patrón explicito que suscitara una aproximación coherente para explicar el comportamiento demencial que alcanzó.

En conclusión, la película aborda un tema psicosocial llevado al extremo y quizás poco palpable en la vida real -O al menos eso deberíamos pensar para no escandalizarnos- y muestra de la forma más cruel e inhumana, los alcances que pueden tener las relaciones sociales llevadas al limite por personas con  esa condición social, estrato y nivel de vida.