jueves, 31 de enero de 2013

American Psycho



Después de ver a Patrick Bateman saciando su vacío existencial con macabros asesinatos sin justificación razonable, caí en cuenta de que la diferencia de los ejecutivos de wallstreet del 2.000 y los actuales ejecutivos que nos llevaron a la crisis financiera, es ínfima o casi nula y se ve cada día recalcitrada por el egocentrismo y ambición que en su día expuso Bret Easton Ellis en la novela American Psycho (1991).


Ese egocentrismo y ambición, no son más que las manifestaciones constantes de una serie de Jóvenes cualificados, graduados de las mejores universidades del planeta, sin responsabilidades familiares y sin preocupaciones financieras considerables pero con pretensiones elevadas de fama y poder. Son ellos, los “controladores” de la economía, jugando a ser grandes inversores en el mercado de capitales, cuando lo que realmente negocian son activos basura y expectativas de rentabilidad insostenible, a un mundo lleno de necesidades insatisfechas y consumidores compulsivos que solo encuentran satisfacción con la cantidad de bienes (En su mayoría no propios) que acumulan.

Así como la horda de compradores compulsivos del mundo real, sueñan con la adquisición de bienes a través de un mundo ficticio llamado sistema financiero, los grandes ejecutivos del mundo ficticio  quieren sentir y vivir experiencias del mundo real.
Aunque los dos casos se dan de forma paralela, la gran diferencia es que el primero tiene grandes expectativas por acudir al mundo financiero y así satisfacer sus necesidades primarias (En mayor o menor medida), el segundo grupo es más complejo, pues, debido a su situación socioeconómica y a su contacto de primera mano con los lujos y excentricidades, el ejecutivo de wallstreet experimenta un vacío mayor para saciar sus necesidades. La razón es simple, el ejecutivo debe satisfacer sus necesidades con una carga motivacional mayor, debe experimentar y sentir realmente cosas que su vida suntuosa y lujuriosa ya no le brindan.

Ahí es donde aparece el protagonista de esta película, Bateman,  que de forma irascible y casi desconcertante encuentra irritabilidad por la envidia que le despierta la textura y el color de las tarjetas de presentación de sus colegas, todos vicepresidentes de la compañía financiera donde trabaja. Frente a este tipo de situaciones tan superfluas e inverosímiles, como frecuentar un sitio de moda o vestir el mejor traje de un diseñador, la vanidad trasciende a puntos incontrolables de angustia, desidia, desazón y discordia, y es el caldo de cultivo para reprimir sus más oscuros y delirantes deseos.





Drogas, sexo, infidelidad, prostitución, orgías, sitios exclusivos, limusinas, restaurantes lujosos, ya no son suficientes para un pobre joven de 27 años, con ansias de alimentar su ego y ambición. Lo que hace que inevitablemente encuentre placer e interprete como una descarga emocional importante el hecho de asesinar a personas sin aparente causa, pero que de alguna forma él encuentra muy débiles para una sociedad netamente competente.    Es el caso entonces de un negro mendigo que encuentra en la calle, prostitutas que solía contratar para reprimir su mas bajo apetito sexual y así la lista sigue con personas que simplemente a él no le gustaba o no quería más en su vida, como su ex novia o su colega mejor calificado en el área; todo esto sin seguir un patrón explicito que suscitara una aproximación coherente para explicar el comportamiento demencial que alcanzó.

En conclusión, la película aborda un tema psicosocial llevado al extremo y quizás poco palpable en la vida real -O al menos eso deberíamos pensar para no escandalizarnos- y muestra de la forma más cruel e inhumana, los alcances que pueden tener las relaciones sociales llevadas al limite por personas con  esa condición social, estrato y nivel de vida.